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miércoles, 16 de junio de 2010

¡El blog de Daniela se ha mudado!

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jueves, 13 de mayo de 2010

El Mundo de Daniela

El Mundo de Daniela

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domingo, 25 de abril de 2010

Daniela en cuarto menguante

lunes, 8 de febrero de 2010

Memorable San Valentín

¡Qué injusta es la vida! ¿Hay algo más triste que cenar sola en "El tenedor dorado" el día de San Valentín? Pues la respuesta es que sí, vaya que sí. Había quedado para cenar con Violeta, mi prima la bailarina, que está de gira en la ciudad. No había terminado de sentarme y pedir una copa cuando me llama la muy desgraciada para decirme que no va a presentarse porque Iván, el violonchelista suplente, le había propuesto ir a tomar algo y, claro, no podía dejar pasar esa oportunidad. Al parecer tiene un hoyuelo en la barbilla, y Violeta se pirra por los hoyuelos. En un arrebato de independencia muy relacionado con que no había probado bocado desde las dos, me decidí a tomar algo. Y ahí estaba yo, en San Valentín, ojeando mi menú, mientras en las mesas de al lado diversas muchachas ojeaban un sinfín de cajitas monísimas con contenidos de lo más interesantes. La envidia empezaba a asomar sus zarpas encarnadas bajo el hechizo de un precioso colgante de brillantitos localizado en el cuello de una joven de dos mesas a la izquierda, cuando un sentimiento mucho más fuerte lo reemplazó. ¡El horror! En efecto, tres mesas más allá de la del colgantito de brillantes, Arturo, mi exnovio ayudaba a una rubia delgadísima a deshacerse de su bolero. ¡Espanto! ¡Es lo que le faltaba al retal de dignidad que me quedaba, que Arturo me viese cenando sola en San Valentín! Inmediatamente me agazapé detrás de la carta, pero no me sentía segura del todo y opté por esconderme debajo de la mesa.

- ¿Busca algo la señora? – Preguntó un solícito camarero acercándose a la mesa.

- No gracias – contesté en un susurro intentando que se marchase.

- ¿Puedo ayudarla en algo? – Insistió levantando el mantel por el costado más preocupante.

- ¡Suelte mi mantel! – dije enojada tirando de la tela con demasiada energía, lo que hizo que se cayera una copa con gran estrépito.

- ¿Daniela? – Preguntó una familiar voz levantando otra esquina del odioso mantel.

- ¿Arturo? ¡Arturo qué alegría! – Exclamé mientras salía de mi escondite.

- ¿Qué haces aquí sola? – Preguntó yendo directo al grano.

- No, no, no, para nada. No estoy sola, no, – estaba tan nerviosa, - estoy con él. – Dije señalando al citado camarero que en ese momento recogía con gran esmero los trozos rotos de mi copa ajeno a que acababa de comenzar una relación conmigo. - Esta era la única forma de pasar juntos esta noche tan especial. – Sentencié mientras salía de mi escondite. En mi cabeza la excusa sonaba mucho mejor.

- ¡Qué bonito! – Exclamó la acompañante de Arturo que se había unido al grupo.

- Sí, la verdad es que sí. ¿A que lo de la copa ha quedado muy natural? – Dije tratando de dar un toque de misterio al asunto.

- ¿Por qué no nos sentamos juntos? – Propuso el fideo que se dio a conocer como Margarita.

- Uy no, no. Yo es que ya me iba.

- Aquí tiene sus costillas señora – dijo el inoportuno camarero cuya placa identificaba como Santiago.

- ¡Qué bárbaro! ¡Hasta te habla de usted! – Exclamó impresionada Margarita.

- Ya os lo dije, es un profesional de los pies a la cabeza. Y mira qué detalle, me ha traido unas costillas. No es un broche de diamantes, pero no está mal. ¿Verdad?

- Yo soy vegetariana, no podría aceptarlas – añadió mientras se sentaban.

- ¡Toma nota Arturo! ¡Díselo con unos cogollos! – Dije tratando de parecer animada y metiéndole mano a mi primera costilla. Aquello lo ventilaba yo en un rato.

- ¿Qué tal el trabajo? – Preguntó Arturo cambiando de tema.

- ¡Ah, pues colosal! El Dr. Valle está contentísimo con los resultados que estamos teniendo de los análisis. Son muy concluyentes – afirmé con aire profesional.

- ¿Y qué concluyen? – Mira la pillina del espárrago. Ahora quería pillarme.

- Bueno, son conclusiones muy concretas de mi campo analítico. ¿Sabes?

- Margarita es doctora en geología. – Aclaró Arturo. Vaya por Dios, esta gente aparece como setas.

- ¡Qué coincidencia! ¡Somos colegas!

- Pues sí. Arturo no me ha dejado claro si eres edafóloga o geóloga – Ya, sí. No tenía ni idea de en que terreno se estaba metiendo la tal Margarita.

- ¿Y tú?

- Yo petrógrafa. – Atiza, eso sí que es nuevo. Menos mal que una sabe de etimología.

- Uff, supongo que te estará afectando mucho el asunto de los coches electricos y tal. – Otra costilla, ya sólo me quedaban cuatro.

- ¿Cómo?

- La petrografía no tiene nada que ver con el petroleo, Daniela. Margarita estudia las rocas. - Aclaró Arturo mirándome significativamente.  

- Uy, que no lo habéis cogido. Era un chiste gremial - dije entre risitas tratando de disimular. No parecía que lo de las rocas fuese en broma. Tenía que enterarme.

- Aquí tienen su ensalada – interrumpió Santiago que llegaba con un plato de lo más primaveral.

-¡Qué miradas me echa! ¡Me estoy ruborizando! – dije en cuanto se alejó un par de metros.

- ¿Arturo, quieres una de mis costillas?. – Aquello sonó fatal así que me apresuré a aclararlo – Me refiero a las del plato, no a las mías, claro está. Entre Arturo y yo todo está terminado. Ahora mis costillas, costillas solo las comparto con Salva.

- ¿Quién es Salva? – preguntó curioso Arturo.

- Pues el camarero claro, el camarero de mi amor… - Estaba sudando.

- El camarero se llama Santiago.

- No, se llama Salvador y yo lo llamo Salva.

- Su solomillo, señor –volvió a interrumpir el camarero dejando justo a la altura de mi nariz su placa identificativa.

- ¡Ah no, por aquí sí que no paso! – Exclamé con aire angustiado. - ¡Yo no aguanto ni una mentira más! ¡Entre nosotros está todo acabado! – Grité poniéndome en pie y dejando al atónito grupo estupefacto. – ¡No quiero saber nada más de ti, te devuelvo tus costillas! – Y me largué del salón sin mirar atrás y con un porte, a mi parecer, muy digno.

Un San Valentín memorable, desde luego. Aunque todavía me pregunto quién pagó mis costillas.

lunes, 11 de enero de 2010

La finca "El Señorío"

El día 23 me resultaba imposible del todo ir a “El señorío”. Hacía un frío horrible y, además, me dolía la garganta una barbaridad. Creo que esta vez sí que era la gripe A. Pero mi jefe es un ogro. No atiende a razones. Cuando lo llamé para explicarle el asunto, me expresó en términos de lo más tajantes e incluso rayando la hostilidad que tenía diez minutos para salir de la cama y poner rumbo a la finca. Él y sus amigotes llevaban esperándome allí tres días y estaban obcecados en que me personase.
- Pero, Dr. Valle, - es como llamo a mi jefe cuando quiero que sepa que estoy herida. Y esta vez se había pasado de la raya de largo - comprenderá que en la delicadeza de mi estado un golpe de frío puede resultar fatal.
- Daniela. De algo hay que morir. Si no estás aquí para la una y media te garantizo que tu estado va a empeorar drásticamente en cuanto te pesque.
- ¡Dr. Valle! – exclamé airada.
- Ni Dr. Valle ni caracoles en vinagre. Ven para acá de inmediato. Te repito que aquí hay seis personas que se han desplazado desde distintos puntos de las geografías española y portuguesa para intentar darle un empujón a tu dichosa tesis. Anteayer se nos cayó el Dr. Berenguer al río al tratar de recoger unas muestras de fluvisol y esta mañana, a las siete menos cuarto ya estábamos todos montando el simulador de lluvia.
La cosa pintaba regular y decidí que era mejor claudicar, porque el buen hombre lindaba el histerismo. Llamé a mi amigo Juanito, ya saben, ese que es tan rico y que siempre tiene tiempo libre. Es un encanto y enseguida se prestó a recogerme en su coche, que es fantástico y llevas el trasero exactamente a la temperatura que tú eliges con un mando con el que puedes hacer otro sinfín de cosas estupendas. Además tiene no sé que parentesco lejano con el dueño de "El señorío", por lo que se sabía bien el camino. Llegamos sobre las dos y cuarto. Enseguida avisté a mi jefe y al Dr. Berenguer en lo alto de un olivo. Eso es, ellos jugando a los indios mientras yo me debato entre la vida y la muerte. Les pitamos con energía, lo que los sobresaltó e hizo caer al pobre Dr. Berenguer.
- ¡Hola Daniela! - Saludó el Dr. Valle, emocionado. - ¡Ha llegado Daniela! – Comenzó a vociferar después. De distintos olivos fueron apareciendo caras familiares de edafólogos-geólogos. –Estábamos recogiendo muestras de frutos en distintos estados de evolución.
- Sí, seguro, – contesté con suspicacia mientras me apeaba del coche. – ¡Uy que frío! - En cuanto tomé contacto con el exterior me dispuse, aterida, a enmendar el error.
- Exactamente tres grados bajo cero. – sentenció el Dr. Valle, al tiempo que me agarraba del brazo impidiendo mi regreso al interior del vehículo. – No te vuelvas al coche, que tienes que hacerte unas fotos con el simulador.
- Quite, quite. Me añaden después con el Photoshop. – decía yo furibunda tratando de desasirme de él. Echaba de menos mi control del calor en el asiento. Todos tenemos un límite y el mío está en los ocho grados. Por debajo de eso no soy persona, no lo soy y ya está.
- Ni hablar del asunto. Ven para acá que todo el equipo te estaba esperando.
En efecto, a nuestro alrededor se habían congregado ya el grueso de los edafólogos-geólogos, con lo que me dispuse a saludarlos con efusividad. Y es que es verdad, yo les tengo mucho cariño. Sin embargo, tras casi quedarme pegada a la cara del primero y observar que del Dr. Berenguer colgaban dos estalactitas a la altura de la nariz decidí controlar mis impulsos.
- Bueno, mejor no os beso no vaya a contagiaros lo que tengo – les dije con ternura mientras agitaba la mano a modo de saludo alternativo.
- Gracias por venir, Daniela – exclamó el Dr. Ramos con emoción.
- De nada. De nada. Somos un equipo – respondí en plan complice.
- Venga, vamos a hacer esas fotos – intervino el Dr. Berenguer que señaló una especie de cabina telefónica que habían instalado a unos trescientos metros. Me pareció razonable y mis colegas y yo nos trasladamos hasta la cabina, donde me hice un montón de fotos con distintas temáticas, que si ahora una pala, que si ahora unos prismáticos, pero todas con la cabina de fondo. Estaban todos contentísimos, incluido el Dr. Valle.
- ¡Bueno! Pues ha llegado el momento de comer. Don Carlos, el dueño de la finca va a venir a tomarse unos bocadillos con nosotros para conocerte.
- Ya que me gustaría quedarme, ya – sentencié con cara de pena. – Pero me esperan en Granada. Una transfusión sanguínea, ¿sabe? – Ya os había dicho que por debajo de los ocho grados mi cerebro no funciona. Es lo primero que se me ocurrió, pero lo que me estaba a mi faltando era comerme un bocadillo mientras se me congelaba el trasero.
- ¿Una transfusión? ¿Donadora o receptora? - Preguntó preocupado el Dr. Berenguer.
- No puedo dar detalles, es un asunto muy personal – respondí mientras me subía al coche al que me había ido acercando con disimulo.
- Pero Dani, Don Carlos viene de Lucena.
- Ya ve usted, la rabia que me da, con la gana de conocerlo que tengo. – Dije poniéndome el cinturón y gesticulando disimuladamente a Juan a que arrancase.
- ¡Feliz Navidad Daniela!
- ¡Feliz Navidad a todos! – Y desde luego ha sido una Navidad original, porque poco después empezó a nevar y se quedaron incomunicados en la hacienda de Don Carlos. Aquello debe estar espectacular nevado. Debió de ser como pasar la Navidad en Canadá, pero mi jefe nunca está contento con nada. Cuando lo llamé el día 25 para felicitarlo no solo no estaba satisfecho sino que me pareció casi hostil. A saber que me encuentro cuando vuelva de las vacaciones.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Resumen del año

En qué apuros más gordos nos pone esto de la Navidad. A todo el mundo le da por hacer balance del año y, claro, mi jefe no ha querido ser menos y se ha empeñado en reunirnos para evaluar los progresos del año en la tesis. He intentado zafarme, vaya si lo he intentado, pero el tema me pilló por sorpresa y volví a recurrir a la gripe A. Ya me miró raro cuando la pasé por segunda vez, pero es que esta tercera ni siquiera ha pestañeado. Quería verme en su despacho el lunes veintiuno, a las once y media, y con un informe detallado de los avances anuales. ¡Encima toca madrugar!

Me dio algo. De verdad, el tema me ha dolió. Se dejaba ver cierta desconfianza que no comprendo viniendo de él. Pensaba encauzar el tema por ahí. De todos modos, como el espíritu resignado que siempre he sido, me armé de valor y me presenté con aire afectado a nuestra cita, portando una carpeta con un montón de papeles que había recopilado en el último minuto.

- Buenos días Don Alberto – le saludé fríamente mientras él me invitaba a pasar.

- Hola Dani, buenos días. Siéntate y vamos a ver como va esto.

- Gracias - más frialdad - no quiero sentarme - y he alzado mucho la cabeza. Cuando una se siente despechada tiene que alzar la cabeza.

- Como quieras. – No estoy muy segura de que este hombre sepa detectar las señales, porque no parecía intimidado en absoluto. Muy por el contrario sacó una carpetita en la que ponía “Objetivos 2009”. La he recordado de inmediato, los escribimos en enero y eran todo lo que Don Alberto esperaba fuese el año. ¡Qué infantil!

- Bien, comencemos: Uno, Toma de muestras en la finca “El Señorío”. – Es la finca matriz de mi tesis. No sé exactamente qué pinta en el asunto, pero siempre que se habla de mi tesis se habla también del sitio ese.

- Esto está hecho, fuimos José Antonio y yo. ¿Recuerdas que se nos quedó tirado el todoterreno y tuvimos que hacer noche en Lucena? – El asunto me sonaba. Recuerdo que cuando por fin consiguieron llegar venían con el coche lleno de bolsas de tierra y yo tuve que ponerles unos cartelitos y pasarles un rodillo, como si fuesen una empanada.

- Dos, análisis químicos de las muestras y estudio geográfico. – Lo miré muy seria. Aquel asunto aun no lo había superado y él lo sabía. Pude leer el remordimiento en su cara. En algún momento de marzo, Don Alberto me dio un libro muy gordo, donde explicaba como hacer multitud de cosas con la tierra. Yo le eché un vistazo y allí se trataban asuntos de lo más peligrosos, como ácido sulfúrico y otras cosas fatales. Como no quería parecer grosera o poco profesional, incluso me interesé por la ubicación del “material”. El gesto le encantó a Don Alberto que lleno de ilusión me enseñó un armario en el que había un montón de frascos con nombres muy alemanes como Erlen-myer y Kita–satos que a mi parecer eran todos iguales. Luego me hizo una demostración en directo de lo que había que hacer. Tardó dos horas, y después me señaló las otras 810 muestras con las que había que repetir el proceso. Fuimos hasta el armario de los reactivos y allí ocurrió la desgracia. Tratando de hacer la primera muestra, cogí una pipeta, de donde una fatídica gota cayó sobre mi falda de volantes ibicenca. Vislumbré con impotencia como un agujero del tamaño de una aceituna se extendía, y lloré. Aquello terminó con las aspiraciones de Don Alberto, que inmediatamente entendió la insensatez que había cometido.

- También está hecho. Los hicimos entre Encarnita, José Antonio y yo. Hace apenas diez días que terminamos con la última muestra.

- La verdad es que ha sido un buen año – dije apretando mi carpeta y sin asomo de rencor.

- Tres, simulador de lluvia. Es lo único que nos queda para que el año fuese perfecto. Si pudieses venir hasta “El Señorío”… - Lo veía venir, este hombre nunca está contento con nada.

- Don Alberto, siempre se quedan cosas en el tintero.

- Pero Daniela, sería cosa de un par de horas. José Antonio y yo nos vamos un par de días antes, instalamos el simulador, tomamos las muestras, y tú cuando puedas te pasas por allí y te haces unas fotos para la tesis.

- Que no, Don Alberto, que no. ¡Fíjese en que fechas estamos!

- Lo sé, lo sé. Sin embargo, si pudieses hacer un esfuerzo. A Don Carlos, el dueño “Del Señorío”, le haría una ilusión enorme conocerte. Le hemos hablado tanto de ti.

-Está bien, está bien. El día 23 me voy para allá. –– Es lo malo que tengo, que al final soy una sentimental de tomo y lomo. El esfuerzo merecía la pena con tal de ver la cara de ilusión de Don Alberto.

- Gracias, Dani, gracias. No te arrepentirás.

- Ya veremos, ya veremos – dije despidiéndome. – Tengo cita en la peluquería en media hora y tengo que marcharme.

- ¡Nos vemos en “El Señorío”! –exclamó eufórico.

Ya veremos si no me arrepiento, pero, no sé, quizá sea que me he contagiado del espíritu navideño.